Autor> Lobsang Castañeda
En pocas palabras
En el artículo se aborda el tema de la literatura microtextual (aforismo, minificción, etc.) desde una perspectiva sensualista. Es decir, frases cortas que expresan un sentimiento o pensamiento relacionado a la sensualidad.
Resumen
‘Lo breve escrito debe ser un mazazo en la cabeza (sic), un golpe efervescente y certero que dañe de manera irreparable. Lo breve, cuando escrito, burbujea, produce esferas de aire que suben y revientan enfurecidas; globos, bolas (sic), pompas (sic) que alivian’, comienza diciendo el artículo que valora a una expresión verbal breve como algo que es ‘ahogo y desahogo’.
Cuando leemos aforismos (u otros microtextos parémicos) o cuentos breves (minificciones) buscamos, como quien dice, algo que nos cobijará. Un buen microtexto nos gusta porque nos excita, dice el autor y da ejemplos. Y cita a Elias Canetti con frases como “Nada es más grande que el pensar, cuando empieza siempre de nuevo: el salto, el salto, el apartarse de la nada, del punto muerto.”
Por su parte, Antonio Porchia nos proporciona instantes de pasión melancólica: “Cada vez que me despierto, comprendo que es fácil ser nada.” Georg Christoph Lichtenberg es más agudo y sofisticado, más parafílico con frases como “Eso que ustedes llaman corazón está bastante más abajo del cuarto botón del chaleco” o “La invención más fácil para el hombre: el paraíso”.
El desempeño de una escritura breve es proporcional al desempeño erótico-sexual de su autor. Escribir microtextos contundentes depende de un considerable sex appeal (sensualidad). Escribir buenos aforismos o cuentos breves significa saber bien-excitar a alguien; echarlo a andar; poner en marcha ―mediante la práctica congruente de ciertos preceptos: mediante el oficio de pensar o de contar― el deseo del lector hasta volverlo irreversible: dejarlo ir, permitirle fugarse en líquido. Si a mí, como lector, me gusta un microtexto es porque ha conseguido “eyectarme”, porque ha suscitado en mí ―a partir de una forma de trabajo aforística o cuentística que logra engendrar otra forma de trabajo erótica― un procedimiento eyaculatorio que se encamina al éxito. He aquí, pues, uno de tantos amalgamamientos entre lo difícil y lo placentero.
Cuando leo un microtexto sin gracia, sin encanto, que ha sacrificado por quién sabe qué cosa la guarnición de agudeza que le corresponde a todo lo breve; cuando termino por enumerar unas cuantas palabras quizá bien acomodadas pero sin chiste; cuando acabo por masticar frases ramplonas, rústicas, no puedo evitar pensar en un autor estéril, con el miembro marchito o purulento, o en una autora con los senos desahuciados, tristes, llena de arrugas que ya no representan la sapiencia amorosa sino el franco declive.
Los textos breves, como dice el artículo, pueden provocar buenas emociones, o al mismo tiempo, decepcionantes sensaciones.
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